18 de agosto de 2023
 

Este a?o, el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria marca el vigésimo aniversario del bombardeo en 2003 de la sede de las Naciones Unidas en el Hotel Canal, ubicado en Bagdad (Iraq). Es una oportunidad para rendir tributo a las 22 personas asesinadas y a los más de 100 heridos ese día, así como a los miles de trabajadores humanitarios que fueron víctimas antes y después de ese acontecimiento de proporciones sísmicas. Es un momento para mostrar solidaridad con las familias, amigos y compa?eros de las personas afectadas. Y también es una ocasión para celebrar la labor de todos los trabajadores humanitarios que dedican sus carreras profesionales a ayudar a los necesitados, sin importar quiénes sean, dónde se encuentren y cuál sea la situación.

En los 20 a?os transcurridos desde el bombardeo del Hotel Canal, el número de personas que necesitan asistencia humanitaria en todo el mundo ha crecido drásticamente, pasando de 50 millones en 2003 a más de . Dado que los conflictos siguen causando estragos, que el cambio climático continúa haciendo mella y que la desigualdad y el coste de la vida siguen aumentando, cabe esperar que estas cifras seguirán creciendo en un futuro próximo.

A?o tras a?o, la comunidad de la asistencia humanitaria ha estado a la altura del reto. Las operaciones humanitarias han aumentado y cada vez más trabajadores humanitarios se suman a la causa. A pesar del eterno problema de la infrafinanciación de las operaciones humanitarias, nunca antes habíamos atendido a tantas personas necesitadas.

No obstante, la comunidad humanitaria está saturada y los entornos donde operan siguen siendo difíciles y muchas veces peligrosos. Alrededor de 7.000 trabajadores humanitarios han sido víctimas de ataques desde 1997. Solo en 2022  entre ellos, de las que 116 fueron asesinadas, 143 heridas y 33 secuestradas.

Vista parcial del exterior de la sede de las Naciones Unidas en Bagdad (Iraq), destruida por un camión bomba el 19 de agosto de 2003. Foto de las Naciones Unidas/Timothy Sopp

Lógicamente, estas cifras no lo explican todo. De hecho, no reflejan el número de trabajadores humanitarios que fallecieron o resultaron heridos como consecuencia de catástrofes naturales en el transcurso de su trabajo. No reflejan el da?o emocional y psicológico que supone trabajar en entornos peligrosos y estresantes, y de estar constantemente expuestos a situaciones traumáticas y al sufrimiento de otras personas. Tampoco reflejan el estrés y la frustración debido a las constantes dificultades para llegar hasta las personas necesitadas.

El a?o pasado tuve en enorme privilegio de visitar algunos de los muchos lugares de todo el mundo donde la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCHA) y sus asociados de toda la comunidad humanitaria realizan una magnífica labor.

Desde Yemen hasta la frontera de Türkiye y Siria, y desde Níger hasta Colombia, me ha sorprendido la impresionante dedicación, experiencia, creatividad y resiliencia de los trabajadores humanitarios y las comunidades afectadas en sus esfuerzos conjuntos para aliviar el sufrimiento en las circunstancias más difíciles y peligrosas.

Durante esas visitas, los compa?eros que trabajan sobre el terreno contaron en repetidas ocasiones lo difícil y complejo que puede resultar esa labor: atreverse a trabajar en zonas de conflicto con aviones de guerra volando sobre sus cabezas, con bombas cayendo y escuchando el zumbido de las balas; lidiar con numerosos grupos armados que tienen escasos o nulos conocimientos del derecho internacional humanitario; hacer frente a una burocracia interminable para entrar en un país y conseguir la importación de suministros vitales; servir de testigos y apoyar a supervivientes atormentadas de la violencia de género y de otras muchas formas de sufrimiento; y estar expuestos a las enfermedades y a unas condiciones de vida muy duras.

Estas historias y algunas de las situaciones de las que fui testigo me sirvieron para constatar claramente los riesgos inherentes a nuestro trabajo, la importancia de prestar apoyo a los compa?eros que operan en esos entornos de alto riesgo y el enorme valor del conocimiento y la experiencia del personal nacional y local, así como de sus redes.

También confirmaron algo que en OCHA lo habíamos reconocido hace mucho tiempo: al igual que una acción humanitaria más eficaz pasa por poner a las personas afectadas por las crisis en el centro de todo lo que hacemos como profesionales humanitarios, es necesario que pongamos a nuestra gente en el centro de nuestra labor como organizaciones.

Nuestra gente constituye nuestros cimientos y es nuestro activo más importante. Su talento y dedicación permiten que la comunidad humanitaria cumpla con su misión y su mandato, incluso en los lugares más difíciles y peligrosos del mundo. Independiente de su cargo, situación contractual o categoría laboral, y sin importar que sea personal nacional o internacional, tenemos el deber de velar por su seguridad y bienestar. Tenemos la obligación de exigir a los Estados y las partes en los conflictos que cumplan con sus obligaciones en virtud del derecho internacional humanitario y no ataquen a los trabajadores humanitarios. En el mundo de la asistencia humanitaria, nuestras organizaciones deben ser amables, respetuosas, diversas e inclusivas. También debemos invertir en nuestra gente y asegurarnos de que tenga acceso a las capacidades, el aprendizaje y el apoyo que su talento y dedicación merecen.

En el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria, al tiempo que ratificamos nuestro compromiso con ayudar a las personas, sin importar quiénes sean, dónde se encuentren y cuál sea la situación, también reiteramos nuestro compromiso con ustedes, las personas que constituyen nuestra comunidad humanitaria.


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